Estambul. Esta imágen al atardecer, con los rayos dorados del sol al fondo recortando los minaretes de la mezquita de Solimán, es tan magnífica como el mismísimo sultán. En las afueras de la mezquita una mujer vieja vendía alimento para las palomas, y si uno dejaba caer las migajas alrededor, las palomas se arremolinaban en torno. Algo más allá está la entrada al Bazar de las Especias, un lugar en el que los olores y los gustos son como un ventarrón de primavera. Y al frente, el Bósforo, el paso de mar que conecta el Egeo con el Mar de Mármara.
Quizás lo mejor haya sido ver a los derviches bailar su extasiante danza al son de una música hipnótica. Giran y giran y algo empieza a decantar. Giran como si con eso fuesen a entrar en el cielo. Es posible que de tanto girar hayan dejado en Estambul, esa bella mujer anciana y delicada, el tono de eternidad que se siente bajo los minaretes y en Santa Sofía, la rutilante basílica de los bizantinos.
1 comentario:
Yo quiero ir de nuevo ... no me acuerdo de NADA excepto de los olores y colores del bazar. Recuerdo ruido tambien ... tenía 12 (sin reirse!)
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