Abro el correo a primera hora de la mañana. Dos bellos amigos me han enviado sendos poemas, uno de Hafiz, persa, antiquísimo, y otro, "Casandra", de Gabriela Mistral. Levantan una mañana que requiere de salir de sí, perderse en el mundo, como sea. Los dos poemas son hermosos, nubes que coronan la cima de alguna montaña.
Entro a tambor batiente en la vorágine de las palabras, como quien huye de un mal sueño. Las palabras arrullan, cantan, vuelven el mundo a su lugar. Oigo aquellas palabras que he recogido en el último tiempo, oigo su melodía y el mundo que traen a la mano. "Arúspice", "peplo", "hieródula", cada una con su canción. Incluso palabras de otra lengua: "hotaru", la palabra japonesa para decir luciérnaga.
Después, el día. Por suerte, como no, viene cargado. Mañana también. Y pasado. Las palabras se cuelan por las rendijas de los agitados días, marcas de la eternidad en lo cotidiano. Me gustaría saber orar: creo que es un buen momento. Caer en éxtasis. Clamar al cielo.
Pero los días son agitados y la marea de la existencia tiene una rompiente agitada. En fin. Casandra. Hafiz. Algo se avizora, en todo caso: estoy convidado el miércoles en la noche a la declamación de los poemas de un poeta griego contemporáneo, primero en griego, luego en español. Ojalá encuentre ahí alguna nueva palabra, para la cima de otra montaña. Hace falta.
Por cierto, encontré esto, el canto 19 de "Hespérides":
Mas Allá De Tus Ojos.
Cuando todo haya pasado
y nos encontremos de nuevo
frente a un fogón encendido
convertidos ambos en ceniza
y ni huesos blanqueados queden
y ni sombras hayan en los ojos
y no pueda tocarte ni mirarte
aún allí serás mi silencio.