La Valentina es una muchachita encantadora. Está saliendo de una depresión severa que afectó mucho y muy mal su vida. Está bastante mejor pero sin duda aún tenemos bastante trabajo por hacer.
Mientras conversamos sobre cómo se ha sentido, de pronto me dice: "¿No te he contado nunca que yo antes veía demonios?".
Dice que cuando tenía 10 u 11 años veía demonios que sobresalían de los ángulos de las paredes. De varios tipos y configuraciones, le daban un miedo terrible. Sus padres la acogían e intentaban cuidarla, con poco resultado. Un psicólogo no intervino de manera demasiado efectiva. Con el tiempo, unos dos años serían, dejó de verlos. Sonríe con miedo y me pregunta si está loca o no.
Yo hago lo de siempre. Sonrío como con un chiste fino. Cambio el tema. Me dedíco a saber otras cosas. Dejo que mi mente se encargue del asunto. La mente suelta suele ser una buena compañera en casos así.
Al irse me mira con los ojillos asustados, pero traga saliva y me pregunta: "¿Has conocido otra gente que vea demonios?". Le digo que he conocido gente que ha visto de todo. Que en mi blog alguien me contaba que había visto ángeles. Que yo mismo veía cada cosa que te la encargo.
Ríe. A mandíbula batiente. "Así es la vida" le digo. Se va feliz, sin el peso de creer que está loca. No sé cómo se las arregla mi mente, pero me saca de cada cosa...
Los demonios de la Valentina estaban en su corazón y aún la perseguían. Espero que la risa los haya aventado. Miro por la ventana. Anda tanto demonio suelto. Por suerte, también anda harto ángel...