jueves, 13 de octubre de 2011


Este es el magnífico Rilke. Trece años, vivídos como los de un loco. Se los pasó saltando, cavando, haciendo miles de pillerías a sabiendas de que lo eran, orinandose donde no debía, durmiendo arriba de la cama, en fin: todo lo que no se debe hacer. Y siempre con un aire como de quien está preocupado tan solo de estar en el minuto, buscando dónde va la cresta de la ola para no perdérsela. El Rilke. Nombre de poeta. "De médico, poeta y loco todos tenemos un poco". El Rilke nunca se enteró de la parte del médico.
Ahora envejeció. Apenas come (cosa extremadamente rara: era capaz de comer lo que fuera en cantidades astronómicas...), está flaco, ya no levanta la mitad trasera del cuerpo, no controla esfínteres... viejo. Mis hijos dicen que lo más humano ahora es ahorrarle el sufrimiento.
Me cuesta pensar en eso. Estuvo cuando las cosas iban mal, cuando él puso una nota de liviandad que fue milagrosa. La lengua colgando jadeante para pedir una caricia, millones de veces. Huídas a perderse, con nosotros detrás llenándolo de imprecaciones. Una vez se extravió en Chiloé y lo encontramos unas lomas más allá, debajo de la cama de un hombre que, sonriendo, decía que no quería salir de debajo de la cama y por eso no lo había ido a dejar.
Rilke. La Muerte, la segadora, la maldita. Campos de oropel por los que ha paseado el Rilke. Nubes añil que se ensombrecen. El salto al vacío. La segadora que algún día tendrá su propia muerte.
He pedido que le corten un mechón. Quedará en el velador para siempre.

1 comentario:

luciérnaga dijo...

!Que pena! Yo que supe de las peripecias del Rilke me entristezco
al verlo tan viejito. !Pobrecito!
Y usted con sus palabras...!Ay! si
casi se puede tocar con las manos
su dolor...¿Qué le puedo decir...?
Mi abrazo más grande.

L