Me han comenzado de nuevo a dar vueltas los faunos. De pronto en la mañana, de sopetón me he encontrado con otra idea referente a ellos. Es esta: se trata de seres solitarios. Viven su vida en medio de manifestaciones de alegría y expansividad, pero a fin de cuentas no son seres para hacer la vida con ellos. Cuando caí en la cuenta de esto, recordé un inmenso fauno de Velazquez en los muros de El Prado, sonriendo pero con una especie de valiente desazón en el fondo de los ojos. Velazquez debe haber sabido de verdad de faunos. Adivinó que estos seres lujuriosos y exultantes, que saltan de fiesta en fiesta y de carnaval en carnaval y que a veces caen sobre la realidad haciendola saltar en pedazos que vuelan hacia el cielo, son, en verdad, grandes solitarios, que en el claro del bosque y a solas le silban a la luna con sus flautas hechas de huesos de carnero.
Estuve en el Prado hace un par de Domingos y no estaba el fauno de don Diego. Debe estar arrumbado en una de las bodegas del Museo Nacional de El Prado esperando alguna ceremonia en celebración de Baco (las "báquicas" u "orgías" del mundo antiguo). Me habría gustado verlo y guiñarle un ojo sin que nadie mas se diese cuenta. Me habría gustado pedirle que me invitase al claro del bosque a oír su magnífica y melancólica flauta con la cual hace languidecer a la hermosa y blanca luna. Me habría gustado que me hubiese convidado algunas gotas del vino con el que los faunos son felices. Pero quizás hubiese sido una impertinencia.
Sigo y seguiré mirando a estos seres hermosos que construyen la felicidad desde la tierna melancolía. Creo que mas de alguno se me ha cruzado en una de esas memorables báquicas y me ha hecho un guiño. En fin, no queda otra. A la salud de los faunos, un brindis por la blanca luna.
Estuve en el Prado hace un par de Domingos y no estaba el fauno de don Diego. Debe estar arrumbado en una de las bodegas del Museo Nacional de El Prado esperando alguna ceremonia en celebración de Baco (las "báquicas" u "orgías" del mundo antiguo). Me habría gustado verlo y guiñarle un ojo sin que nadie mas se diese cuenta. Me habría gustado pedirle que me invitase al claro del bosque a oír su magnífica y melancólica flauta con la cual hace languidecer a la hermosa y blanca luna. Me habría gustado que me hubiese convidado algunas gotas del vino con el que los faunos son felices. Pero quizás hubiese sido una impertinencia.
Sigo y seguiré mirando a estos seres hermosos que construyen la felicidad desde la tierna melancolía. Creo que mas de alguno se me ha cruzado en una de esas memorables báquicas y me ha hecho un guiño. En fin, no queda otra. A la salud de los faunos, un brindis por la blanca luna.
Museo D'Orsay, Paris. Un fauno-niño sonríe tal vez ante un espejo.