Estaba en el jardín del Palacio del Belvedere Alto, en Viena, en Octubre pasado, cuando esta señorita blanca con patas de caballo se me puso detrás. Llegó de improviso podría decirse y me pilló desprevenido. Venía volando. En la foto recién ha dejado de batir las alas.
Al fondo está el Palacio del Belvedere Bajo. Los jardines y las fuentes entre los dos palacios son espectaculares. Invitan al paseo y el jolgorio. Invitan a estar alegre. De seguro los vieneses de antaño los aprovecharon totalmente, y deben haber hecho buenas fiestas. A mas de alguno le debe haber salido de la nada, volando desde quizás donde, una de estas señoritas, tan calladas y gallardas, como la que llegó a hacerme compañía.
Traté de ser un caballero. Me quedé lo que más pude. Siempre cumplido. Cuando llegó la hora de despedirse hice una venia a la vienesa, casi topé el suelo con la frente y posé una rodilla sobre el cemento para besar su pata. Pero no quiso. Sonreía como si fuese un rayo de luna. Me hizo un movimiento de vaivén con las pechugas, como que no quiere la cosa -nadie mas se dió cuenta- y luego se quedó inmovil.
Menuda aventura. Batir de alas, el Belvedere, las musas y el vaivén de las pechugas. Si van a Viena no se lo pierdan. Aparecen de la nada. Bueno, no cabe duda: las mujeres así siempre aparecen de la nada.