Leo las "Cartas de amor a Nora Barnacle", la compílación de las 64 cartas que se conservan de la correspondencia enviada por James Joyce a su esposa Nora, una (quizás)pelirroja de Galway mientras vivía en Italia ganandose la vida.
Son estremecedoras. Aparecen los dos Joyce, que son los dos seres que hay en cada hombre: el ardiente ser carnal, el fauno, y el poeta que se asoma al Parnaso, el alucinado por los cielos. Joyce se propuso con valentía escribir absolutamente todo lo que pasaba por su mente, e intenta cumplir con esa norma hasta el extremo, por lo cual estos dos seres aparecen en toda su majestad y magnificencia.
Nora no le va en zaga. Por lo que se entrelee, ella también entregaba hasta el fondo de su experiencia y se la presentaba a Joyce del modo mas ardiente, buscando en el fondo de la olla para raspar sin miramiento alguno, y sin mas tope que intentar algo de delicadeza. Supongo que Joyce no habría sido Joyce sin la Barnacle.
El editor dice que Joyce intentó conocer a otro ser y sumirse en él (ella) mas allá incluso del amor y del odio, de la pasión y el remordimiento. Yo creo que no fue Joyce: fueron ambos. No sé si la Barnacle estuvo a la altura de Joyce o si fue al revés, o si ambos tuvieron la suerte de que en su vida encontraron el milagro que a veces se produce, que dos seres que vienen de otros mundos se encuientran de pasada en éste. Lo que haya sido, no he podido dejar de sonreír quedamente mientras frente a la pantalla pienso en la cara de cada cual recibiendo la carta del otro, como mensajes de un mundo luminoso que cae como cascada de palomas, y que hacen que el hecho de que ocurran milagros sea enteramente natural.