martes, 13 de diciembre de 2011

I

- ¿Alcanzaste a conocer las murallas? Me han dicho que son muy interesantes.
Titubeó por un segundo antes de contestar.
- Si. Están algo derruidas, pero son interesantes. Caminé varias veces por ahí.
El hombre al otro lado de la línea rió suavemente.
- Espero conocer Carcassone alguna vez. Te llamo el 19 a las 15. Cúidate – dijo, y colgó.

Villa también colgó. Se acercó a la ventana, cruzó los brazos y se quedó mirando el largo atardecer por un par de horas. Luego, pensativo, volvió a su rutina de cada noche. Se calzó unas zapatillas, una polera ancha sin mangas, un pantalón de buzo y salió a caminar a paso tranquilo. La rutina estaba destinada a mantener el físico y la cumplía tan meticulosamente como todas sus actividades. Caminó hasta la medianoche por las calles vacías, y cuando volvió, se dio una larga ducha tibia. Después se metió en la cama y le costó dormirse. No recordaba haber mencionado Carcassone la última vez que habló con su contacto. Quizás lo había hecho sin darse cuenta o quizás fuese posible que no recordase haberlo hecho. Caviló largas horas hasta que se durmió pesadamente. Cuando despertó ya era casi mediodía, se levantó y preparó café. No tenía hambre. No recordaba haber mencionado Carcassone.

De sus 33 años, llevaba seis escondido y huyendo. No le perdían pisada y debía cambiar de ciudad y de vida cada cierto tiempo. La organización le proveía de fondos y de información por vías separadas. Un contacto le entregaba dinero en un sobre cada tres meses, y en esa misma ocasión le avisaba cuándo y dónde volvería a hacerse la entrega. Nunca había fallado a pesar de que apenas cruzaban palabra. El otro contacto le mantenía informado acerca de su condición legal, de su familia y de cuáles eran las ordenes. Se hablaban por un celular de pago que Villa encendía solo el día y la hora acordada. Hacía bastante tiempo que no se le había asignado misión alguna, lo que Villa interpretaba como una orden de no dejarse atrapar y de arreglárselas con los fondos que le llegaban.

Villa era muy cuidadoso. Tenía por regla no mencionar sus futuros movimientos. Su contacto tampoco preguntaba mucho pero un par de veces Villa mencionó al pasar algo acerca de dónde estaría los próximos meses. La primera vez se sintió intranquilo por el exceso de confianza que podría haber molestado al contacto, pero con el tiempo se habían acostumbrado a hacer un par de bromas, con las cuales las cosas entre ellos adquirieron cierta familiaridad. Villa vivía un tiempo en un lugar, un tiempo en otro, hasta que por precaución o porque aparecían los síntomas de la presencia de sus sabuesos, se cambiaba tratando de no dejar rastro. Cuando eligió Carcassone lo hizo mirando un mapa, buscando un lugar perdido, pero al poco tiempo de estar allí notó que ya estaban sobre él. Una noche, al volver de su caminata, se percató de una atmósfera extraña cerca de la casa. Se escondió en un zaguán cercano por horas desde donde podía divisar la casa hasta que alrededor de las dos de la mañana se prendió la luz de su habitación y un hombre con una pistola en la mano se asomó e hizo vistosas señas hacia la calle. Desde varios lugares aparecieron hombres armados que recorrieron la manzana silenciosamente buscándolo. Logró huir de milagro cuando los sujetos que miraron en el zaguán lo hicieron demasiado rápido y no notaron el bulto acurrucado debajo de los medidores de agua. Cuando se fueron, dejó que llegara la mañana, asaltó a uno de los primeros transeúntes que pasaba, le robó la ropa y el dinero y se encaramó en un bus interurbano que lo llevó lejos de allí.


Tengo que arreglar esto para discutirlo en un rato más con otras personas. Es el inicio de un cuento acerca de un terrorista que descubre que lo están cercando desde dentro de la organización. El ejercicio es "hacer desaparecer al narrador", que no aparezca la persona del narrador y que los hechos ocurran desde sí mismos. No es fácil.