miércoles, 24 de agosto de 2011

Voces por todas partes, gente que habla por teléfono en voz alta, gente que conversa, altavoces anunciando la salida o la llegada de aviones, tintinear de vasos y tazas, la voz en los televisores, varios, alrededor. Aeropuerto del DF, México, con los cálidos y educados mexicanos dando vueltas como hormiguero por todas partes.

Lo mismo pasa dentro de mi cabeza: voces por todas partes. Del pasado, del futuro, de los altavoces, de los amigos, una luciente constelación de voces que se suceden y se superponen unas sobre otras, respecto de las cuales apenas puedo comportarme como una especie de observador sin ningún control sobre lo que está aconteciendo. Trato de entender de qué se trata. Descarto la psicosis, descarto el desplome de la mente, la amencia, descarto la suspensión o congelamiento del espíritu, descarto la desaparición de la voluntad.

El enjambre de voces no me deja esbozar seriamente hipótesis alguna. Sacudo la cabeza a ver si se ordena un poco. Es extraño: una lejana sensación de alborozo tiembla lejos en el fondo de las entrañas. ¿Qué será todo esto? Vayase a saber. Lo que sea, bienvenido. No es la primera vez. Tres tipos sentados a mi lado, mexicanotes todos, hablan a gritos por sus teléfonos celulares y el asunto ya no tiene vuelta, por ahora al menos. Me levanto y me sirvo un café. Voces de todos los calibres y orígenes inundan el escenario exterior y el interior. A ratos se confunden. Descarto la psicosis y todo lo demás, y sorbo el café con detención mientras mis ojos pasean por el espacio enteramente al azar.