lunes, 28 de diciembre de 2009

Regalos. De todos los tipos y fórmulas. Traen un significado de cariño y amistad, o de amor simple y directo. Acompañados de dulces palabras, como son las que pronuncian los amigos, según decían los griegos. Principalmente libros y trago. Exquisitos vinos, whisky (¡un blue label!!!... casi se me entra el habla...), por ahí otros espirituosos precisos y delicados.
Y libros. Una antología de Oscar Hahn, maravillosa. Para leer frente a alguna playa perdida, con solo el océano y el Altísimo por delante. El Cantar de los Cantares, el canto de amor mas bello jamás escrito. Ojos Azules, de Perez Reverte, mi autor de aventuras favorito, para hacer feliz a mi espíritu lleno de cabriolas. Cuentos Naturales y Sobrenaturales de Carlos Fuentes. El mal de Montano, de Vila-Matas. Quien me lo hizo llegar dice que yo tengo esa enfermedad. Lo peor es que es cierto. La enfermedad de la literatura. Un libro de recetas de cocina, por mis inefables y maravillosos hijos. Viene total. Y uno que me regalé yo: El marino que perdió la gracia del mar, del magnífico Mishima.
El Marino... lo presté hace unos 18 años atrás y no lo volví a ver. Me abrió al mundo de Yukio Mishima, que era un samurai. Vivía como escritor, hizo la vida como escritor pero en el fondo era un samurai. Sentía como samurai y cuando su último acto en la vida fracasó, la toma del cuartel general de las fuerzas armadas niponas, se hizo el harakiri ritual. Su vida tenía un sentido mas allá de este mundo, basado en el honor y la pureza. Leí a Mishima por años, libro tras libro, tratando de oler la pureza inmaculada de la que hablaba. Por ahí expuse un trabajo sobre el sentido de la existencia asentado sobre la idea de pureza espiritual de Mishima. En fin. La estela de un samurai. El día de Navidad ví el libro en un anaquel y no lo dejé ir. He vuelto a ojearlo (sin h...) y no solo ha vuelto la estela sino también otra estela, la mía de hace 18 años. Ha sido un buen sorbo, un poco difícil de digerir.
Libros. Desde que era niño quienes me conocían sabían que era el mejor regalo. Ahora se ha agregado el trago. Ambos de esencias espirituosas. ¿Quedará alguna estela de uno? ¿Quedará algo más que el recuerdo? Vayase a saber. Quizás lo único que quede para siempre sea la visión de una playa frente a la cual se pueda sentir el soplo del altísimo, para lo cual es necesario el vino cantado en el Rubaiyyat.
Regalos, estelas... bien comienza el 2010.

martes, 1 de diciembre de 2009


Hace tiempo que no venía. Demasiada vida, demasiado tráfago, demasiada existencia o inexistencia, vayase a saber. El caso es que no había venido y no puedo dar cuenta exactamente de por qué.
Recorro blogs amigos. Por ahí alguien dice que está comenzando la muerte de los blog. Mas allá de si es o no cierto, siento que me apenaría dejar de saber de algunas personas y personajes que se han ido haciendo estimados y acaso queridos. Personas y personajes que me han dejado pensando en que a través de este medio se puede entrever algo que no se podría pispar en el día a día y que vale la pena conocer. Algo respecto de la verdera esencia de los demás, de cada uno en particular.
Por un rato miro mis notas pasadas y me sorprende cuán rapidamente se han ido los yo que era en ese rato y cuán lejos de esos yo están los yo que soy ahora. Mucha agua debajo de los puentes, quizás terribles cataratas. De todos modos hay algo que no varía y que parece ser esa borra que soy verdaderamente yo, y que es semejante a la que puedo entrever en los blog de quienes visito regularmente. Me he quedado con algunos, entre muchos que son espectaculares. ¿Por qué? No lo sé. Por qué esos y no otros, no lo sé. Supongo que tiene algo que ver con los invariantes y la borra de los otros y la mía, que algo deben tener de mutua admiración, o sincronía, u orientación, de nuevo vaya uno a saber.
Una foto para dejar de ser un personaje y ser una persona. Ahora que están desapareciendo los blog y en adelante seguiré notificando al aire o al éter acerca de mis delirios y fantasías, supongo que no serán necesarios los personajes. Quizás alguien requiera ser un personaje ante sí mismo. No sé. Conozco gente así y son tan buenos como los mejores, aunque me cueste entenderlos. Me tomé la foto en Florencia antes de entrar a dar una conferencia a la que no asistió nadie porque era en el último horario del Sábado en la tarde, y no quedaba nadie en el Congreso, y los que quedaban no estaban ni ahí con ningún congreso, solo querían respirar Florencia. Ni siquiera llegaron los otros dos conferencistas. Esperé un rato y me fuí a caminar solo a sentir Florencia. Esa noche oí en la Piazza Vecchia a un bardo que cantaba Simon & Garfunkel a todo pulmón mientras el cielo estaba negro. Ahora que mueren los blog y el cielo se pone negro, supongo que quedarán bardos que canten en sus abandonados blog esperando que su voz sea oída nada más que por el aire y el éter, sin necesitar ser un personaje ante sí mismo. No me los voy a perder. Por ningún motivo me los voy a perder.