Sigo pegado con la reflexión acerca de los santos de las culturas occidentales y árabes, a propósito de la visita que hice en Estambul a la tumba de Mehmet el Conquistador. Los santos occidentales redimen, sufren un martirio que es una expiación para el resto de la humanidad. Los santos musulmanes son feroces y resplandecientes guerreros que conducen a las masas hacia el cielo, a punta de espada y corazón. La madre y el padre. Eros y Tánatos buscando entrar en la eternidad.
La escena es en las afueras de una mezquita, en el mes de Ramadán. Se come y se está con los amigos disfrutando de la compañía y de la existencia entera. Quizás en un rato más pase Mehmet sonriendo y recibiendo los saludos y las flores que lancen las huríes antes de partir a convertir infieles. Se está muy a gusto ahí. Mehmet es un tipo bajito y jugoso al cual le gusta sonreír. Comió algo de kebab y tomó té, cosa que varios imitamos. Mi viejo es un tipo bajito y divertido que tiene su genio y sabe hacer reír. Mi vieja es un encanto. Tal vez por eso sea que me ha llamado tanto la atención la exquisita vibra que se arman los árabes en Ramadán, mezcla del mas puro cielo con las hojas del té, mientras en manada toman camino alborozado y feliz hacia ese Camarada que llaman el Altísimo.