martes, 27 de octubre de 2009


Sigo pegado con la reflexión acerca de los santos de las culturas occidentales y árabes, a propósito de la visita que hice en Estambul a la tumba de Mehmet el Conquistador. Los santos occidentales redimen, sufren un martirio que es una expiación para el resto de la humanidad. Los santos musulmanes son feroces y resplandecientes guerreros que conducen a las masas hacia el cielo, a punta de espada y corazón. La madre y el padre. Eros y Tánatos buscando entrar en la eternidad.

La escena es en las afueras de una mezquita, en el mes de Ramadán. Se come y se está con los amigos disfrutando de la compañía y de la existencia entera. Quizás en un rato más pase Mehmet sonriendo y recibiendo los saludos y las flores que lancen las huríes antes de partir a convertir infieles. Se está muy a gusto ahí. Mehmet es un tipo bajito y jugoso al cual le gusta sonreír. Comió algo de kebab y tomó té, cosa que varios imitamos. Mi viejo es un tipo bajito y divertido que tiene su genio y sabe hacer reír. Mi vieja es un encanto. Tal vez por eso sea que me ha llamado tanto la atención la exquisita vibra que se arman los árabes en Ramadán, mezcla del mas puro cielo con las hojas del té, mientras en manada toman camino alborozado y feliz hacia ese Camarada que llaman el Altísimo.


martes, 6 de octubre de 2009

Estambul. Esta imágen al atardecer, con los rayos dorados del sol al fondo recortando los minaretes de la mezquita de Solimán, es tan magnífica como el mismísimo sultán. En las afueras de la mezquita una mujer vieja vendía alimento para las palomas, y si uno dejaba caer las migajas alrededor, las palomas se arremolinaban en torno. Algo más allá está la entrada al Bazar de las Especias, un lugar en el que los olores y los gustos son como un ventarrón de primavera. Y al frente, el Bósforo, el paso de mar que conecta el Egeo con el Mar de Mármara.
Quizás lo mejor haya sido ver a los derviches bailar su extasiante danza al son de una música hipnótica. Giran y giran y algo empieza a decantar. Giran como si con eso fuesen a entrar en el cielo. Es posible que de tanto girar hayan dejado en Estambul, esa bella mujer anciana y delicada, el tono de eternidad que se siente bajo los minaretes y en Santa Sofía, la rutilante basílica de los bizantinos.