viernes, 20 de junio de 2008

Entra, mientras reviso algunos archivos antiguos, Helena de Troya. La reconozco por su descripción: la de níveos brazos y hermosa cabellera. Viste un peplo de raso cuyos bordes cuelgan a los lados de su elevado pecho como si fuesen banderolas en lo alto de una remota ciudadela. Pregunta: "¿Sabe usted la dirección en que queda Argos?"

Un poco confundido le digo que con suerte sé donde queda mi casa. Y eso en los pocos días en que estoy plenamente lúcido. El resto del tiempo llego allí nada más porque siempre he tenido un olfato nada desdeñable. Le explico también que Argos probablemente ya no se llame Argos, que los griegos ya no son como los que ella conociera, que seguramente Menelao y el deiforme Paris aún la buscan, pero no en este mundo.

Suspira quedamente, vuelve la mirada hacia el infinito y echa a andar. Musita: "Penélope. Siempre enredandolo todo, Penélope".





sábado, 7 de junio de 2008

En el banco hay una mujer llenando una papeleta en el mesón. De improviso se da vuelta y me pregunta, a mí que voy pasando: "¿Qué fecha es hoy?". "Seis del seis" le digo. Y acto seguido, sin alcanzar a detenerlas, salen del cerco de mis dientes las palabras "... si todo no ha sido sueño.".
Eleva la mirada por sobre la papeleta hacia un horizonte que solo ella conoce, como si las palabras se negaran a entrar a su memoria y hermanarse con otras, da vuelta la cabeza, me mira con aire entre confuso y "no se vaya a agitar el loquito" (¡cuántas veces he recibido esa mirada!!!...) y sonríe para salir del paso. Unos momentos después lo ha olvidado, arrasada por el tráfago de su vida.
No alcancé a detenerlas. Juro que tienen vida propia. Estoy empezando a preocuparme.